Juan Fisher nació en Inglaterra en 1469. Después de su ordenación como sacerdote, la familia real lo nombró tutor del príncipe Enrique, quien se convirtió más tarde en el rey Enrique VIII. En 1504, Fisher fue elegido obispo de Rochester y también canciller de la Universidad de Cambridge. Enrique, el rey, se sentía orgulloso de ser su amigo.
Todo cambió cuando el rey Enrique quiso divorciarse de su esposa para casarse con otra mujer. El papa rechazó la petición de divorcio de Enrique (porque a los ojos de la Iglesia el matrimonio es permanente) y el obispo Fisher apoyó esta decisión. Fisher fue lo suficientemente fuerte para oponerse a firmar el documento y no favorecer al rey Enrique, aunque los demás obispos de Inglaterra lo hayan firmado. Seis meses después, el rey Enrique redactó otro documento en el que declaraba que él era la cabeza suprema de la Iglesia católica en Inglaterra. Una vez más, el obispo Fisher se rehusó a firmar. Esto enfureció al rey. Sentenciaron al obispo a ir a la cárcel en 1534 por el delito de alta traición y lo mantuvieron ahí por 14 meses, sin juicio. En junio de 1535 lo condenaron a muerte y lo decapitaron.
Tomás Moro nació en 1478. Tomás era casado y tenía cuatro hijos. Era un abogado astuto y más tarde se convirtió en el canciller de Inglaterra, el cual es el cargo judicial de mayor nivel en Inglaterra. Tomás era un hombre encantador e ingenioso y se ganó la amistad del rey. Esa amistad cambió cuando el rey Enrique le pidió a Tomás que aprobara el divorcio que buscaba. Cuando Tomás se rehusó, el rey se enojó. Después, cuando Tomás no quiso firmar el juramento de supremacía lo enviaron a prisión. Lo tuvieron encarcelado por más de un año en la Torre de Londres. El rey se esforzó para que cambiara de opinión, pero Tomás se mantuvo firme. Él sabía que su posición significaría la muerte para él y la desgracia para su familia, pero él escuchó a su consciencia. Finalmente, después de sufrir por mucho tiempo, lo decapitaron el 6 de julio.
Las historias de Juan Fisher y Tomás Moro son un recordatorio de la importancia de la libertad religiosa y de la importancia de ser testigos de nuestra fe en la esfera pública. San Juan Fisher y santo Tomás Moro nos enseñan que esto solo puede suceder a través de cristianos con consciencia valiente, fieles a la verdad y con un entendimiento adecuado de la relación entre la Iglesia y el Estado.
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